Ideas feministas de Nuestra América

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F.12 María Jesús Alvarado Rivera, “Evolución Femenina”, Lima, 1915

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María Jesús Alvarado Rivera,  “Evolución Femenina”, Lima, 1915[1]

[Texto proporcionado por Madeleine Pérusse]

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Toda doctrina nueva tiene siempre ardientes adversarios: la ignorancia, el error, el egoísmo, los prejuicios tradicionales, los intereses privativos, la contemplan desde un punto de vista que la desvirtúa por completo, dándole carácter distinto al que en realidad tiene.

Tal sucede con el feminismo. Al plantearse este problema en la sociedad moderna, sus adversarios vierten falsas apreciaciones que se propalan y llegan a ser admitidas hasta por las mismas mujeres y también por algunas personas cultas, que, en el cúmulo de asuntos que solicitan su atención, no tienen porque estudiar detenida y profundamente las doctrinas sociológicas para formar criterio propio y justo sobre ellas, basándose en la historia y en las leyes científicas.

Opino que no debemos censurar a los contrarios a la causa femenina, ni menos profesarles adversión; sólo debemos empeñarnos en difundir los verdaderos principios del feminismo, en la convicción de que el conocimiento de ellos destruirá los erróneos conceptos propalados conquistando las simpatías y adhesión de las personas de espíritu amplio y justo.

Según dichas apreciaciones, el feminismo es una doctrina absurda y disociadora, contraria a las leyes de la naturaleza, que sustrae a la mujer al amor y a su misión de esposa y madre, despojándola de sus características, que sustituirá por los del hombre al cual se enfrentará en violenta lucha, suplantándolo en las funciones y puestos de que ha venido excluida.

Y esta lucha de los sexos y el nuevo sistema de vida, producirá el alejamiento de la mujer del hogar, la disolución de la familia, la deficiencia en el desempeño de los puestos que ocupe, la inmoralidad de las costumbres, la anarquía, el caos doméstico y social, con el desquiciamiento de todas las instituciones que a costa de tantos sacrificios erigió la civilización a través de los siglos.

En verdad que bastaría sólo la primera de estas inculpaciones si se fundase en hechos reales para desprestigiar la causa feminista y hacerla terminar en el más ridículo fracaso; pero estudiando imparcial y serenamente los principios del feminismo, los programas que desarrolla, las reivindicaciones por que lucha, y la opinión que merece a los más profundos pensadores, no se encuentra asomo alguno de rebeldía al amor ni a los deberes de la familia.

Analicemos: los principios fundamentales del feminismo son la igualdad, la libertad y la dignidad, atributos inherentes a la persona humana, sin distinción de sexos.

Y siendo idéntica la naturaleza íntima del hombre y de la mujer, diferenciándose sólo en algunos fenómenos fisiológicos, no en los psíquicos, la capacidad de ambos para las diversas actividades de la vida es igual, como lo vemos diariamente, y por consiguiente los dos sexos deben  tener los mismos derechos y garantías para el ejercicio de estas actividades y para gozar de las ventajas y felicidad que les sea dado conquistar.

“La liberación de la mujer, dice Brodel, es necesaria: no sólo para garantizarle sus derechos individuales, en nombre del principio de la autonomía de la persona humana, sino también en interés de la colectividad por exigir la buena marcha de las cosas, el concurso de las dos mitades constitutivas de la especie humana; se trata, por un lado, de una obra de justicia y de libertad, y por otro, de una obra de justicia y de libertad, y por otro, de una obra de utilidad social.”

Ningún principio biológico, filosófico o sociológico se puede invocar para mantener la subordinación de la mujer; por el contrario la biología prueba la igualdad de la naturaleza humana; la psicología reconoce los mismos atributos y funciones mentales en los dos sexos, y la vida social nos muestra a la mujer en todas las edades y en todos los pueblos, colaborando al lado del hombre en el progreso de la humanidad, igualando y superando en innúmeros casos las aptitudes masculinas en las más elevadas manifestaciones de la inteligencia: en los artes, en las ciencias, en la política, y hasta en la guerra… la mujer ha alcanzado lauros inmarcesibles para su frente por su talento y heroicidad.

Y esto, no obstante la ignorancia y servidumbre en que se la mantuvo deprimida, considerándola como cosa, esclava, objeto de placer, mero reproductor de la especie, instrumentum diaboli, instrumentum calamitas según los santos padres de la edad media.

No ha habido más causa de la subordinación femenina, que el egoísmo y la tiranía del hombre que en las remotas épocas en que predominó la fuerza bruta sobre la justicia y el derecho, esclavizó a la mujer, dándose en su soberbia insensata y en su iniquidad monstruosa, derecho sobre ella de vida y muerte… La inteligencia femenina surgiendo radiante e incontrastable de las ergástulas en que se le mantuviera encadenada, y dando el más soberbio mentis al concepto de la inferioridad mental de la mujer; la imperiosa necesidad de bastarse a si mismo en la lucha de la vida moderna; y el perfeccionamiento de la moral que reconoce los mismos derechos a todos los seres humanos, sin distinción de sexos, forman la génesis del feminismo.

Dije que el feminismo no se opone al amor, lejos de esto lo engrandece, y lo depura del interés dando más garantía de firmeza y felicidad al matrimonio. Una comparación de la personalidad y condiciones de la mujer actual y del tipo de la mujer del porvenir, ideado por el feminismo, nos probarán incontrovertiblemente esta verdad. La educación de la mujer de hoy es deficiente y errónea, se le encadena a mil prejuicios, a seculares tradiciones absurdas, se subordina su conciencia y su conducta a dirección ajena, se fomenta el falso concepto de que el trabajo la perjudica y denigra, manteniéndola en la más egoísta e indolente inercia; se le inculca necio orgullo e infólida (sic) vanidad; no se le educa ni para el hogar ni para el trabajo; pero se le enseña a hacer de sus relaciones con el hombre, mientras está soltera, una astucia táctica amorosa, hasta encontrar un esposo, si es rica para que administre sus bienes y tener con quien concurrir a las diversiones sociales, si es pobre librarse de las terroríficas angustias y humillaciones de la miseria y de la eterna tutela de los parientes que pesa sobre la soltera. De esta manera, se falsea el concepto que la mujer debe tener del matrimonio, no presentándoselo como la resultante de un amor profundo, noble y desinteresado, sino como una necesidad económica y social; y este criterio está tan arraigado, que la mujer sin bienes de fortuna que antes que venderse en matrimonio de conveniencia, prefiere someterse al trabajo, es censurada como persona desprovista de buen juicio y hasta se le ultraja con malignas dudas.

Con tan deficiente educación, las jóvenes, inconsultamente, sin reflexionar un instante en la vital importancia que implica el matrimonio, considerando tanto individualmente, como en su rol social, estimuladas sólo por el ardoroso afán de cambiar de estado o de mejorar sus condiciones pecuniarias, imponen capitulación al pretendiente que creen más a propósito para realizar sus egoístas planes.

Se casan; transcurre fugaz la luna de miel, y aparecen simultáneamente la descendencia y las arduas obligaciones maternales; y entonces se les ve en la intimidad y en el ejercicio de las funciones del hogar despojadas del barniz de la educación que ostentan en sociedad, de relieve sus defectos e inepcia.

Hay esposa que frívola, estólida, inerte, no se preocupa del cuidado de los niños, de su educación, ni del bienestar de la casa; llena de insensata vanidad, quiere tener siempre en el esposo un rendido amante que lo posponga todo, hasta sus más legítimas y nobles afecciones a su despótica voluntad; si el hombre es débil, se convierte en servil vasallo de la tirana que tiene el hogar en un espantoso caos; y si es fuerte, de alma elevada, celoso de su dignidad y del porvenir de sus hijos, no renuncia a sus derechos, sino que, por el contrario, la insta a ella a la práctica de su deber, y entonces estallan las discusiones domésticas; ella ofuscada por sus erróneas ideas, obstinada en su mal carácter, sin inteligencia ni virtud para comprender la superioridad moral de su esposo y la justicia que le asiste se declara en abierta rebeldía, y del hogar que debe ser un templo iluminado por las luces de todas las virtudes; una escuela augusta de la más perfecta moral, que muestre a los niños bellos y vivos ejemplos que imitar; un abrigado puerto de descanso donde el hombre, marino esforzado en incesante lucha, con las embravecidas olas de las pasiones humanas, repare sus exhaustas fuerzas y fortalezca su espíritu con el santo amor y ventura doméstica; del hogar que todo esto debía ser, repito, hace un infierno de tormento, una escuela sin moral, y un océano agitado de continuo por destructora tempestad que sumerge en los insondables abismos de la amargura y disolución el frágil barquichuelo de la felicidad. No necesito exponer a nuestro criterio cuan funesta influencia ejerce este ambiente doméstico en la formación del carácter del hombre y en la psicología social.

En cambio, desenvueltas por medio de una educación perfectiva e integral, como pretende el feminismo, las cualidades de la compleja personalidad psicofísica de la mujer; engrandecida por un espíritu recto, ilustrado, libre de supersticiones, prejuicios, y mezquinas pasiones, por una moral elevada y una conciencia inflexible; por un corazón tierno sin exageraciones y altruista sin ostentación; sabiendo vivir dignamente la libertad y dirigir su conducta por su propio criterio; consciente de sus ineludibles deberes y legítimos derechos; colocada al mismo nivel que el hombre, con idénticas aptitudes y facilidades que él para procurarse ventajas económicas; obediente a la ley del trabajo proficuo y dignificante, empleada siempre en sus labores, su naturaleza será invulnerable al exagerado sentimentalismo, a las pasiones irreflexivas sin fundamento noble y serio que acompañan a la inercia y la malicia. Con un concepto elevado del amor, basándolo en la apreciación de las cualidades morales, y sin necesidad del matrimonio para gozar del bienestar, no irá a él a ser la indolente consumidora del producto de los esfuerzos del esposo sin darle en cambio su ternura, sin comprender su espíritu, sin ayudarle en la lucha de la vida; no, ya no habrán tan grandes lagunas intelectuales en el matrimonio.

La mujer educada en la orientación moderna sentirá por el digno esposo que eligió, noble amor y verdadera estimación, se identificará con su mentalidad, colaborará en sus trabajos como una Madin (sic) Curie, sentirá al unísono sus emociones estéticas, vivirá su misma vida dando al hogar tan irresistible atractivo, tan grato ambiente, que será el centro de todas las aspiraciones de su esposo y la suprema felicidad de su alma.

En cuanto a la maternidad, el feminismo la contempla con el más elevado concepto: quiere que la mujer sea, no la simple reproductora de la especie, sino la madre en la augusta acepción moral del vocablo.

La madre consciente de su trascendental misión, que sepa cuidar a sus hijos según los preceptos de la higiene y de la puericultura para que les evite dolencias, deformidades y la muerte prematura; que sea apta para desenvolver su inteligencia y secundar su cultura; que con la sugestión irresistible del ejemplo maternal forme la conciencia recta, el carácter firme, los nobles sentimientos, los hábitos de trabajo en las nuevas generaciones; la madre prudente, justa, ecuánime, abnegada, capaz de hacer frente a la lucha por la existencia, atendiendo el sostenimiento de los hijos si fuera preciso; la madre, en fin, ardientemente patriota, que sea el más firme baluarte de la nacionalidad porque forme los probos y viriles ciudadanos que procuren el engrandecimiento de la patria.

En Alemania, donde la mujer goza de autonomía civil en el matrimonio; en Australia, donde hace cincuenta años o más que ejerce el voto; en Noruega y en Hirlandia (sic), donde ejerce la representación nacional; en algunos estados de la América del Norte, que desempeñan funciones políticas; y en todos los pueblos donde ya adquiriendo los derechos que ha vivido privada, la mujer no se ha degenerado, no ha alterado el orden del hogar ni de la sociedad, sino que por el contrario, cumple con mayor eficacia y amplitud los deberes domésticos y filantrópicos, y en los puestos públicos muestran más moralidad y cumplimiento que el hombre, como los reconocen los mismos adversarios del feminismo, aunque con la salvedad de que es porque recién se le da acceso a esos puestos; pero que una vez que se vean firmes en ellos, su actuación será tan deficiente que habrá de reaccionar excluyéndolas nuevamente.

Que se consuelen con esta esperanza.

Trata además el feminismo de desarrollar en la mujer los más profundos sentimientos altruistas, y de aquí que las instituciones que se inspiran en sus ideales no dediquen sus mayores esfuerzos a la reivindicación de los derechos femeninos sino que laboran con abnegación y entusiasmo por el mejoramiento social en sus múltiples foros: el aumento de salario y la legislación del trabajo de la mujer y del niño: la acompaña contra el alcoholismo, contra la prostitución y  contra las enfermedades inevitables; la más amplia protección a la infancia y la juventud de ambos sexos; múltiples obras de beneficencia, en síntesis, cuanto tender pueda al mejoramiento económico, físico, intelectual y moral del individuo y de la colectividad, es objeto de preferente y eficaz trabajo de las sociedades feministas en prosecución del nobilísimo ideal del triunfo de la justicia y del bien para atenuar la miseria, el infortunio y los vicios, originados en gran parte por una errónea organización social.

¡Qué campaña más noble, qué causa más santa!

La ligera exposición que dejo hecha de los principios y propósitos del feminismo, destruye por completo los argumentos que aducen en su contra, y prueba de manera concluyente que no es sino un movimiento espontáneo de la incesante evolución de la humanidad que la impulsa incontrastablemente al perfeccionamiento, estableciendo el equilibrio de la pareja humana, dentro de los límites de la armonía universal.

“Evolución Femenina” no quiere que el Perú quede rezagado en esta marcha triunfal, e inspirada en este patriótico deseo de capacitar a la mujer, rehabilitarla, encauzar sus energías para que contribuya eficazmente a la grandiosa obra del resurgimiento nacional.

Y como juzga aquí uno de los factores primordiales de la grandeza de los pueblos, es la educación y muy especialmente la educación femenina, da en su programa la preeminencia a la cultura de la mujer, puesto que es ésta la primera educadora del hombre, y la que forma su corazón, su carácter, y da orientación a su vida. Considerando también “Evolución Femenina” que a las democracias es doblemente importante la cultura y dignificación de las clases populares para que sirvan de control a los dirigentes, evitando el despotismo y abusos del poder, ha emprendido la obra de educación y protección de la juventud femenina proletaria, iniciándola con la fundación de la escuela moral y trabajo que tiene por principal objetivo reaccionar contra la enseñanza intelectualista que hoy reciben las hijas del pueblo y que forma de ellas eruditas infatuadas descontentas de sus medios e ineptas para los quehaceres del hogar y para el trabajo; siendo señoritas que al encontrarse en la lucha de la vida sin recursos ni aptitud para adquirirlos, e impulsadas por desordenadas ambiciones, sucumben a la solicitud del vicio, en cambio de una condición efímera de vicio y regalo, cuyo funesto término es la muerte prematura en el hospital.

Para realizar su propósito, nuestra escuela dará a las niñas instrucción sólo elemental y práctica, concretándose preferentemente en su programa a la parte educativa y utilitaria: desarrollará los nobles sentimientos, la conciencia de la dignidad personal, la solidaridad, el amor patrio; y las capacitará para que puedan dedicarse a labores industriales, que con unos cuantos reales, o con materias primas que hoy se pierden, les permitan alcanzar el modesto bienestar económico individual, que tanto contribuye a levantar el nivel social, pues el trabajo es la base más sólida de la moralidad.

La escuela de “Evolución Femenina” integra la educación que ofrece a las niñas con la preparación de la futura madre de familia que ennoblezca y consolide el hoy desquiciado hogar del obrero peruano, dando a la Patria ciudadanos útiles y dignos que hagan verdadera la democracia, no dejándose arrastrar inconscientes como rebaños ovejunos, sino ejerciendo siempre en la vida política esa influencia incontrastable que se llama opinión pública.

Yo pregunto ahora: ¿serán los hombres nuestros adversarios en esta obra? No lo creemos. Todo el que tenga inteligencia clara y conciencia recta, y que conozca nuestros principios, propósitos y labor, será el más entusiasta adherente a la causa que defendemos y a la obra que realizamos en cumplimiento de imperiosos deberes sociales y patrióticos.


[1] Discurso pronunciado por la Srta. María J. Alvarado Rivera en la actuación ofrecida por la Sociedad “Evolución Femenina” el 16 del presente en la escuela Normal de Varones”, Asociación Evolución Femenina, Lima, s/f (circa 1915). Este texto fue rescatado por Madeleine Pérusse en la biblioteca familiar de una de sus descendientes.

Written by Ideas feministas de Nuestra América

agosto 1, 2011 a 1:55 pm